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La industria educativa global: Google, capitalismo de plataformas y educación

Es necesario discutir la conveniencia de poner en manos privadas la infraestructura de la comunicación e interacción digital de las escuelas

Dos niñas trabajan en clase con una tableta

En 2020, el Fiscal General de Nuevo México (Estado Unidos) denunció a Google por “espiar y tener ‘propósitos deliberadamente oscuros’ usando los datos extraídos de menores y que no tienen relación con propósitos educativos”. En 2019, este gigante tecnológico había sido condenado por el Estado de Nueva York por recopilar y hacer uso indebido de los datos personales de niños y niñas. Se difundía así una práctica habitual de este tipo de corporaciones digitales a nivel global: espiar a millones de menores y a sus familias, convirtiendo los centros educativos en ‘macrogranjas de recolección de datos’ (el nuevo ‘oro blanco’ del siglo XXI) donde se recopila información, que se compra y se vende, para predecir comportamientos y realizar predicciones de consumo, riesgo, usos, impacto de la publicidad, etcétera.

El capitalismo de plataformas continúa desplegando sus actividades en cada vez más esferas de nuestra vida. Dicha tendencia ha penetrado con fuerza arrolladora en el sector educativo a raíz de la “ventana de oportunidad” que ofreció la pandemia del covid-19 con el cierre generalizado de escuelas y una abrupta migración de las actividades educativas presenciales hacia el mundo digital.

Google se ha convertido en la punta de lanza de la industria educativa global, con una presencia cada vez mayor gracias a una serie de alianzas y colaboraciones público-privadas con autoridades educativas nacionales y regionales de todo el mundo.

La corporación afirma que su oferta educativa puede ayudar a resolver problemas específicos de la educación actual mediante la utilización de sus Chromebooks y su sistema de gestión del aprendizaje Google Classroom. Asegurando que supondrá una innovación tal que cambiará las prácticas educativas. Esta narrativa, casi épica, la reproduce en congresos y encuentros internacionales, en cursos de formación y capacitación docente, e incluso en webinarios institucionales promovidos por autoridades educativas.

Los efectos más claros de su penetración en la educación pueden verse en los centros escolares que han sido reconocidos por la empresa con la denominación Google Reference Schools, gracias a que han optado por usar en su trabajo cotidiano el software y hardware de la empresa, así como también han impulsado la certificación del personal educativo en tanto Google Trainer.

En un artículo académico publicado por la Revista de Educación Comparada, hacemos un análisis de 27 de estos centros Google: 17 ubicados en México y 20 en España. Se ha comprobado cómo estas escuelas Google incorporan tecnología que construye hábitos de consumo y que afianza cambios respecto a los principios y la forma cómo se entiende la educación. Cambios en las funciones y roles del personal docente (gestores de Google). Cambios en la organización de las escuelas que se vincula a una lógica extractiva y eficientista propia del capitalismo digital. Cambios que construyen una nueva cultura escolar fundada en el solucionismo tecnológico. Es decir, se está consolidando una “cultura Google” en los centros.

Esta cultura construye narrativas de empoderamiento y emprendedurismo que sitúan la agencia y responsabilidad del destino de las personas en sus propias manos. Se da primacía a las soluciones individuales para atender problemas, a menudo, de raíz colectiva. Se plantea que el uso de las herramientas Google permitirá “empoderar” a estudiantes y tomar el control de su propio aprendizaje. De esta forma, es Google quien controla al estudiante y al docente. El uso de Google posibilita la profundización de políticas performativas y de rendición de cuentas, que socavan la autonomía del trabajo docente y generan pautas de presión sobre los estudiantes.

La cultura Google se adapta a las nuevas demandas y valores sociales emergentes, e incorpora una supuesta “imagen corporativa verde”. Asegurando que con sus herramientas las escuelas generan un menor impacto medioambiental gracias a un menor uso de papel. Ocultando o minimizando el impacto medioambiental que supone el consumo de energía de la tecnología a nivel global, los efectos de los procesos de ensamblaje de dispositivos o las estrechas relaciones entre las empresas de base digital y las corporaciones de la “vieja economía” fundada en hidrocarburos y procesos productivos materiales.

Esa cultura Google recupera la lógica just-in-time, propia del capitalismo del siglo pasado. Las escuelas analizadas afirman que en sus actividades “no hay tiempo para distracciones”, gracias al uso de un software que maximiza los resultados y controla el tiempo de trabajo. Desaparece así la “educación lenta”, reposada y reflexiva, que permita una enseñanza pausada para trabajar más profundamente, encontrar sentido en lo que se hace en las clases y que involucre realmente al alumnado en el aprendizaje.

Esta narrativa asegura introducir una educación más personalizada. Pero concibe la personalización como individualización educativa medida por tecnología. Nada que ver con crear contextos educativos inclusivos y comunitarios comprometidos. Es más, asegura que, gracias a las herramientas de Google, los estudiantes trabajan juntos y “colaboran”. Pero dicha “colaboración” se reduce, en la mayor parte de los casos, a una cuestión operativa. El impulso a tal colaboración no apunta, por ejemplo, a la incorporación de prácticas de solidaridad y apoyo mutuo, sino que se reduce simplemente a una práctica de uso compartido de tecnologías en educación.

Estamos convencidos de que para Google la escuela —en tanto un espacio de encuentro cotidiano— comienza a ser cada vez más prescindible (escuela en todo tiempo y en cualquier lugar) a medida que la educación es vista, esencialmente, como capacitación descentralizada para el mercado y no como un espacio cultural de generación de conocimiento situado en su contexto.

Aboga por la supuesta neutralidad de una tecnología invisible al ser naturalizada y asumida sin resistencia. Pero no es consciente de que la educación es política y que toda tecnología conlleva política, su política. Ignorando los debates sobre la seguridad de los datos de los usuarios o los riesgos que representa la adopción acrítica de una tecnología privada que construye hábitos de consumo, y con ello transforma las prácticas educativas e influye en la conformación de formas de pensar y estar en el mundo.

Aunque Google es adoptado en los centros educativos en tanto que opción para apuntalar la mejora educativa, lo cierto es que introduce también formas de gobierno en la distancia en el terreno educativo. Es, por lo tanto, necesario repensar si poner en manos de estos nuevos actores de la Industria Educativa Global la infraestructura de la comunicación e interacción digital de los centros educativos supone no solo entregar el poder a un actor privado que tiene objetivos e intereses comerciales y políticos concretos, sino que cierra también las puertas a caminos alternativos de hacer y saber en la educación.

En definitiva, hemos analizado cómo el Capitalismo Digital quiere el control y el dominio de las últimas fronteras de lo público que le quedan por conquistar: la educación y, en concreto, nuestra información en forma de datos para predecir comportamientos, un bien común y esencial. Se están haciendo así con el control de nuestra soberanía digital.

El negocio somos nosotros: extraer información del alumnado, del profesorado, de las familias, con el fin de convertir los colegios en una fábrica de datos e información comercializable sobre unos clientes presentes y futuros a los que se quiere fidelizar. La era digital se ha convertido así en otro capítulo más de la historia del capitalismo, que ha mercantilizado con afán de lucro la experiencia humana traduciendo los comportamientos a datos para, a partir de ellos, realizar predicciones que se compran y se venden.

Por eso, quizás el camino sea más bien socializar la nube y desarrollar infraestructuras digitales públicas, es decir, poner en manos del común los nuevos medios de producción digital, para avanzar hacia la “socialización de los datos” como bien público, para recuperar nuestra soberanía y democracia digital. Si Internet es esencial para muchas cosas en nuestras vidas, como lo es claramente, ¿no debería tratarse como un bien común de utilidad pública sin fines de lucro? La educación tiene un papel crucial en ello.

 

 

 

 

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